martes, 11 de septiembre de 2007

Para reflexionar un poco:

“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”


(Albert Einstein)


SieteDías Venezuela
Virginia Contreras
De ser ciertas las mediciones que de su gestión ha venido
analizando meticulosamente el presidente de la República, hecho que
lo ha llevado hasta al maltrato verbal a sus seguidores frente a
las pantallas de televisión, lo último que podría ocurrírsele sería
el proponernos una reforma constitucional. De más está decir que
esos mismos números le han advertido respecto al rechazo
mayoritario, incluyendo de su propia gente, respecto a conceptos
tan importantes como la reelección indefinida o el cambio al
sistema de gobierno socialista. ¿Pero qué misterio existirá para
que Hugo Chávez se atreva a correr tamaño riesgo, a despecho de que
su propuesta fuere contundentemente rechazada? Uno muy sencillo: el
perverso mecanismo electoral.


En efecto; tal y como quedó establecido por nuestro máximo Tribunal
del país con ocasión de la convocatoria a la Asamblea Nacional
Constituyente de 1999 realizada por el mismo Hugo Chávez, las
condiciones a aplicar para las Asambleas Constituyentes y los
referenda, son las mismas que para los procesos eleccionarios. Esto
es, un Consejo Nacional Electoral rojo-rojito; un Registro
Electoral Permanente cuyo contenido nadie conoce, engrosado con
dudosos ciudadanos cuyos documentos de identidad han sido obtenidos
en procedimientos nada ortodoxos; un sistema de votación tan
sofisticado que ni en los países más desarrollados ha sido adoptado
oficialmente; ausencia de auditorias antes, durante y después del
proceso; y todo esto con la participación de una empresa de
computación escogida sin mayor procedimiento que el estiramiento
del dedo que propició su contratación. Esto sin contar con que dada
la avanzada tecnología aplicada, hasta el presente no existe
Observador Electoral en el planeta capaz de supervisar medianamente
dicho proceso; entre otras cosas porque su formación se basa en la
verificación de los mecanismos tradicionales de las votaciones
manuales. Esto último es lo que nos ha hecho ver por la OEA como
unos locos de carretera cada vez que hemos denunciado a voz en
cuello la existencia de un fraude, idea que evidentemente no
comparten quienes se limitan a verificar que los Centros de
Votación abrieron a las seis de la mañana y cerraron a las cuatro
de la tarde; o que había mujeres embarazadas en las colas.

Por si esto fuera poco, hoy en día el proceso electoral posee un
elemento contundente que garantiza “la eficiencia del sistema”: el
manejo absoluto por parte del gobierno venezolano de la CANTV,
empresa de telecomunicaciones del Estado encargada de la
transmisión de los datos de las votaciones.

Bajo estos parámetros, y con los antecedentes por todos conocidos,
todavía hay personas en Venezuela que estimulan a nuestros
compatriotas a votar…

No somos psiquiatras para entender las razones del interés suicida
de unos cuantos. Pero así como señala el adagio respecto a que “el
camino del infierno está lleno de buenas intenciones”, las
consecuencias de participar en dicho proceso son tan graves para
todos los venezolanos, que a despecho de ser maldecidos por algunos
detractores, preferimos el convertirnos en víctimas de tales
sentimientos de una sola vez, que pasar toda la vida maldiciendo
individualmente a quienes intentaron convencernos de lo
inconvencible.

Es obvio que el no acudir a las urnas electorales sin chistar,
podría ocasionar un efecto similar al de aceptar dicha reforma.
Esto en virtud de que muy seguramente el gobierno se encargará de
buscar bajo las piedras a cuanto eventual votante esté disponible,
a cambio probablemente de alguna prebenda. De allí que, en
ejercicio de esa “soberanía”, la cual reside intransferiblemente en
el pueblo, quien la ejerce mediante el sufragio (Artículo 5.-
Constitución Bolivariana) estemos obligados indefectiblemente a
exigir a todos los poderes públicos, actualmente en manos del
presidente de la República, el mínimo respeto a aquella. Este
respeto se traduce en el restablecimiento de las condiciones
indispensables que garanticen la voluntad popular, cualquiera que
esta fuera. Si bien es cierto que dicha labor es algo más que
Titánica; no es menos cierto que resulta vital, si consideramos que
somos los ciudadanos los poseedores del poder originario. Somos
nosotros quienes estamos en capacidad de regular y dirigir nuestro
destino político como Nación y crear o vetar Constituciones; y en
ningún caso nuestros gobernantes como lo pretende hacer ver el
presidente de la República y su genuflexa Asamblea Nacional.
Recuperadas esas condiciones, no habría excusa alguna para no
participar en cualesquiera procesos electorales, por muy absurdos
que éstos parecieran. Ese es el juego de la democracia; y ese es el
riesgo de la libertad.

Toda acción o inacción produce consecuencias. Lo que hagamos o
dejemos de hacer hoy será trascendental para nuestro futuro como
Estado democrático y Nación soberana. Si las condiciones
electorales son las actuales, violando con ello la Constitución y
leyes electorales, podrán tener claro los venezolanos, que de
insistir el gobierno nacional en imponernos su voluntad, nunca será
igual dicha Constitución, adoptada bajo los gravísimos vicios
señalados y en contra de un pueblo que se negó a convalidarlos, que
una en donde todos confluyéramos en un único objetivo, como lo es
el afianzar los valores democráticos hoy en extinción en Venezuela.

No es un problema de dedicarle largas horas de audiencia a discutir
si nos gusta o no la propiedad comunitaria; o si nos encantaría
salir del trabajo dos horas antes, o dormir una hora más. Ni
siquiera el fondo del asunto es la reelección indefinida,
abominable elemento que solo de pensar en la presencia de una misma
persona en el poder hasta su muerte es suficientemente aterrador.
Resulta incomprensible que gente de bien; importantes juristas y
organizaciones políticas presenten a la consideración del público
larguísimos análisis del contenido de una reforma, sin tomar en
consideración como único punto el requisito fundamental de toda
acción de gobierno, como lo es la necesidad ineludible de un
organismo electoral competente para ello, sin vicios de ninguna
naturaleza, y en base a un procedimiento estrictamente legal. Y se
pregunta uno; ¿Será que la constitución del organismo electoral y
todo el proceso antes señalado son poca cosa? ¿O es que los grandes
analistas del país no son capaces de apreciar lo que el común de la
gente si puede?

Desde el referéndum revocatorio para acá la oposición venezolana ha
estado dando tumbos; entre otras cosas porque frente a la
diversidad de opiniones, siempre triunfó la tesis de participar a
toda costa en todos los procesos electorales, aún sin chance de
ninguna especie. Todo esto basado en el principio de que “aún
cuando el gobierno no es demócrata, nosotros si!”. Hubo quien creyó
ingenuamente que frente a toda una política dirigida al fraude por
el gobierno nacional, bastaba ir a votar en masa, para eliminar lo
que ya estaba anunciado por decreto, como lo era el triunfo del
presidente Chávez. Esto lo pudimos palpar fielmente en las pasadas
elecciones de diciembre. Hoy en día vuelven a la carga las mismas
personas, con los mismos argumentos, pretendiendo con esto
confundir a la sociedad en su conjunto respecto a cuál es el punto
más álgido de toda esta reforma, cuando ellos saben perfectamente
que el aspecto vital, que le daría vida o mataría antes de nacer al
proyecto presentado por el presidente de la República, no es el
qué, sino el ¡QUIÉN Y EL CÓMO!

Por si esto fuera poco, algunos venezolanos de bien, dirigen el
debate hacia todos los sectores de la población, incluyendo hacia
hasta ahora nuestros impolutos estudiantes, al estudio de cada una
de las propuestas, dejando a un traste a la única opción disponible
que permitiría, o evitar la reforma, o negarle todo viso de
juridicidad; como lo es el demostrar que bajo el proceso actual es
imposible el respeto a la soberanía popular.

El dilema no puede plantearse sino en los términos en los cuales
los venezolanos entiendan que hay un solo objetivo, y no muchas y
diversas metas, como lo sería el estar analizando una a una cada
una de las propuestas, de la misma manera como si nos diéramos a la
tarea de discutir si preferiríamos morir en la ahorca o en la
cámara de gas, o si la inyección de Cianuro es menos dolorosa.

La única arma que tenemos es pararnos en seco frente a quienes
propugnan la reforma, no para discutirla, sino para vetarla hasta
que las condiciones electorales cumplan con el mandato
constitucional. ¿Que si esto es muy difícil de lograr a estas
alturas? Puede ser; pero de darse esta batalla, y puede darse
porque los venezolanos no somos peores que los Ecuatorianos; los
Bolivianos; los Argentinos; o incluso los Centro Americanos,
producto de cruentas guerras civiles, a pesar de que esa
Constitución fuese aprobada por un puñado de incondicionales,
pueden tener la seguridad que si es desenmascarada a tiempo, el
mañana estará cerca. No dudemos de un pueblo que lucha, dudemos de
un pueblo que se entrega.

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