domingo, 26 de octubre de 2008

"Los adecos quieren matarme"


"El lenguaje de la guerra, de la muerte, de la sangre, se ha hecho cotidiano"

"Los adecos quieren matarme"

La guerra más decisiva que se lleva a cabo es la de las palabras. La palabra puede ser la más temible de las armas, aunque semeja no serlo para las almas vaporosas. El gobierno de Chávez usa a la policía y la Fuerza Armada, a los sapos y a los reptiles, al petróleo y al Banco Central, pero, su principal instrumento es la palabra en la cual se cuece a fuego lento el destino de la parranda bolivariana.

Uno de los mejores y más ilustrativos elementos de esta guerra melancólica es el guión del magnicidio.



El Tema. El Gobierno ha puesto en discusión el magnicidio con preocupante periodicidad; por lo cual discutirlo no es más que atender el discurso oficial, y no debería sorprender a los próceres bolivarianos que quienes intervienen en la arena pública se refieran a tal peligro que, según Chávez, recorre el espinazo de la Patria.

Sin embargo, véase la estructura del discurso: el oficialismo acusa al imperialismo, a la derecha, a los ricos, a la oligarquía, a los adecos, al DAS, o a cualquier variante del museo de los enemigos, de querer matar a Chávez. Es decir, si se asume el discurso oficial, usted puede hablar de magnicidio; la condición es que acuse a los adecos o los oligarcas de ser los autores del intento.

Obsérvese que si quien habla del asunto dice o sugiere que es otro actor el que desearía que realizara la eventual acción homicida, entonces se convierte en cómplice de una conspiración que se estaría fraguando o del crimen que guisan unos acusados que nunca tienen rostro.

Hace un par de semanas Tulio Hernández escribió un artículo en El Nacional en el cual dijo que hay unos venezolanos a los cuales les ha pasado por la cabeza que la muerte violenta del Presidente es una solución; y dedica el resto de su trabajo a mostrar y demostrar cómo esa solución es falsa, es un desatino, y puede conducir a una tragedia histórica de inmensas proporciones. A las pocas horas, un cretino en la Asamblea Nacional enunció el nombre del articulista de una forma tal en la que éste se hacía acreedor de alguna sospecha por decir que alguna gente comparte lo que el Presidente denuncia cada vez que le da hipo. No le importó a quien lanzó el dardo contra Tulio Hernández que su trabajo es una argumentación contra quienes piensan en la conveniencia de la muerte violenta del Presidente.

El otro que ha sido víctima del asunto es Rafael Poleo. Dijo que Chávez podía terminar como Mussolini, quien fue fusilado cuando trataba de huir a Suiza y sólo después fueron colgados su cuerpo y el de su amante. Aunque la imagen es extrema, el contexto de la discusión de Poleo era cómo Chávez podía ser repudiado por aquellos que lo adoran o han adorado; en distintos momentos el periodista ha manifestado su desacuerdo con la posibilidad de que el homicidio sea un instrumento concebible para que Chávez salga del poder.



Compárese. El discurso oficial dice que a Chávez lo quieren matar. Los articulistas -aquí tomados como ejemplo del manoseo que hace el oficialismo de las posiciones ajenas- dicen que están en desacuerdo con que a Chávez lo maten; sin embargo, dicen lo que para el régimen es imperdonable.

Si aquéllos hubieran dicho que los adecos o el imperialismo quieren matar al Presidente, habrían sido aplaudidos con frenesí socialista; pero si ellos afirman que hay "gente" que considera que ésa es una solución o si argumentan que ése puede puede ser el destino de Chávez a manos "del pueblo", entonces se convierten en sospechosos de formar parte de una conspiración y brotan como hongos los badulaques para investigarlos y amenazarlos.

Nótese el giro. Si alguien dice: "los adecos quieren matar a Chávez", está bien dicho, lo cual demostraría lo malo que son los adecos y su carácter antipopular y oligárquico; si alguien dice: "el pueblo quiere matar a Chávez", entonces se convierte en un golpista y conspirador que debe ser enjuiciado.

Lo que en realidad preocupa al régimen, seguramente no son la cantidad de proyectos magnicidas que los sabuesos falsamente han descubierto mediante montajes de conversaciones telefónicas u otros procederes de similar factura; lo que les ofusca en exceso es que no se siga el discurso oficial sobre un tema tan delicado, ya convertido en chiste político nacional de tanto sobarlo; lo que les irrita es que se sugiera que quienes quieren sacar a Chávez del poder no son los ricos, sino los pobres.

En el pensamiento democrático del país no hay nadie que considere que el asesinato del Presidente es una solución; la historia enseña a qué infierno conducen esas "salidas". La reiteración oficial sobre el asunto ha banalizado tanto la cuestión, que ha terminado en un capítulo del choteo bolivariano.

Hay otro ángulo interesante y es que posibles atentados contra los jefes de Estado son parte de los riesgos laborales que tienen los que se atreven a tanta ambición. A George W. Bush le querían poner no un tubo de tres pulgadas, de esos que encuentran quincenalmente los espías de la policía chavista como demostración del supuesto intento de magnicidio, sino un avión conducido por los terroristas de Al Qaeda, que se estrelló antes de llegar a la Casa Blanca, por acción de los pasajeros. Es decir, al presidente de EEUU sí que se lo querían cargar y a pesar de sus múltiples errores de conducción, nadie lo ha visto lloriqueando porque lo quieren matar. A Fidel Castro lo han procurado liquidar cien veces y tampoco es usual verlo gimoteando sobre el asunto. Jamás ha convertido éste en el asunto central de sus discursos ni ha calificado a los posibles atentados como "magnicidios".



La Guerra Civil. Éste es otro ejemplo. Chávez no ha sido cuidadoso al hablar de la guerra terrible que va a venir si sus candidatos pierden las elecciones. Ha dicho y redicho que, si no ganan los suyos, el país se ahogará en un sangrero. Eso les parece "cool" a sus amigos y partidarios, a la corte de asomados y cansados pensadores que asisten a las juergas que la revolución organiza. Recapacítese por un instante que Antonio Ledezma, Andrés Velázquez o Julio Borges digan que si la oposición no gana las elecciones habrá guerra; imagínese si éstos llegasen a afirmar que a los candidatos del gobierno hay que "barrerlos" o "aplastarlos", como ha dicho Chávez de los candidatos opositores. Cavílese la corredera que se armaría en la Asamblea Nacional y en otras cavernas oficiales si desde la oposición se dijera exactamente lo mismo que dice Chávez; si usara el lenguaje soez, descompuesto, que tanta fama como desprecio le trae a su autor. Serían acusados, en fila india, de estar en un complot homicida, golpista y extremadamente maluco.

Chávez se ha convertido en el peligroso administrador de la palabra pública. El lenguaje de la guerra, de la muerte, de la sangre, se ha hecho cotidiano; el insulto se ha convertido en instrumento de trato; por eso el crimen en las calles no sorprende ni la corrupción ni la ruina.

El 23-N hay una rendija para la protesta, y se puede ensanchar como un valle.

Por Carlos Blanco
El Universal
http://www.eluniversal.com/2008/10/26/opi_art_tiempo-de-palabra_1111618.shtml

1 comentario:

Anónimo dijo...

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