Carlos Blanco // Tiempo de palabra
Como demasiado, ¿no?
No es el exceso de poder lo que hace que el régimen acentúe la represión, sino su pérdida. Sacan los colmillos porque lo comienza a rodear la rebelión sin rostro.
Los autoritarismos más primitivos asumen que cuando la población los apoya es porque ciudadanos esclarecidos son conscientes del rol histórico de los gobernantes. Sin embargo, cuando los ciudadanos reviran y expresan creciente descontento, los caudillos consideran que los súbditos están envenenados por los medios de comunicación de la burguesía y el imperialismo. En la primera situación, dicen respetar la palabra de Dios voceada a través del pueblo; en la segunda, aseguran que sólo impiden el sabotaje de la oligarquía sobre las maleables e infantiles mentes de las mayorías. En el primer caso se impone el poder a través de continuos plebiscitos para ganar el control de todas las palancas del Estado y de la sociedad; en el segundo caso se impone el control mediante la represión debido a la extinción del apoyo popular.
La represión procura liquidar, de modo preventivo, los arbitrios a los cuales la sociedad pudiera apelar cuando se presente el atajaperros. El país se desliza a una nueva crisis política, de esas que de tiempo en tiempo han acompañado al régimen. Nadie sabe por dónde comenzará ni nadie sabe cómo terminará; pero de que viene, viene.
Trabajadores. No hay quien tenga sabiduría para afirmar cuándo hay un estallido político. Sólo se puede evaluar si los ingredientes están allí. Cada ingrediente aparece por su cuenta y a su ritmo; cuando están reunidos en las proporciones necesarias, se presenta el desbarajuste.
El conflicto social tiene sus cadencias. El signo que preside la situación laboral es la de una lenta erupción. Este socialismo cavernario no quiere sindicatos ni trabajadores alzados ni demandas para restablecer la contratación colectiva ni gestos de airados proletarios frente al poder. No sólo se acabó la CTV -entre otras razones por su falta de inserción en el proceso de lucha clasista y la represión oficial- sino que los sindicatos rojos fueron inutilizados cuando iniciaron los reclamos propios de los trabajadores. Ahora los sectores más combativos del sector laboral saben que no tienen "su" gobierno que los respalde, sino que han de luchar por sí mismos, lo cual hace mayor su responsabilidad y su carga; andan enojados y escoteros, con el agrio sabor del engaño en la boca.
Universidades. Las universidades andan en lo suyo. El mismo argumento, sin quitarle ni ponerle una coma, de los gobiernos que allanaron y vejaron a la universidad autónoma, en la boca irresponsable de los que ayer proclamaban la necesidad de defenderla: que si la universidad no puede ser un Estado dentro del Estado, que si el presupuesto hay que echarle un ojo policial, que si hay política en las instituciones de educación superior. No les da pena repetir, letra a letra, la cantilena de los vejadores de ayer. Sin embargo, allí están las universidades, respondonas como antes y como siempre.
Militares. Los militares institucionalistas seguramente andan en la evaluación de sus deberes. Por fortuna, no parece haber tentaciones para aventuras que debiliten la causa institucional. Pareciera más bien que el descontento con la invasión cubana, con el espionaje interno, con la ruptura de la jerarquía, con la ausencia de disciplina, con la ideologización de los mandos, con la pérdida de apresto operacional, con la corrupción abusiva, pero concentrada, con el fraccionalismo creado por los jefes del poder (la fracción de fulano enfrentada a la de mengano), a lo que ha conducido es a una mayor precisión de la necesidad de una reinstitucionalización; pero, sobre todo, a la convicción de que los militares no deben obedecer órdenes anticonstitucionales o ilegales. ¿Cómo, entonces, pueden cumplir con su deber?
Chavismo. Un ingrediente esencial del trance por venir es la fractura dentro del chavismo. Hay un proceso de ruptura vertical y uno horizontal. La vertical se refiere a la separación entre el chavismo popular, de abajo, que protesta en las calles, y el de la oligarquía roja que siente en el cogote el resuello del descontento. La ruptura horizontal es la que hay entre las fracciones del poder que debaten pura ideología (¿quién controla el Banco de Venezuela? ¿Quién dirige las otras instituciones financieras? ¿Hasta dónde el poder de Pdvsa y de la familia que lo maneja?)
El Triángulo del Apocalipsis: Desempleo, Inseguridad e Inflación. En el campo ciudadano, en general, las razones del descontento tienen que ver con la inflación, la inseguridad y el desempleo. El alza de precios es la más voraz de América Latina y la de alimentos es brutal; tan implacable, que la población se desplaza en grado creciente a comprar a través de Mercal, lo cual hace insuficiente la oferta subsidiada. Mientras, las posibilidades de importación se deterioran por la escasez de recursos públicos y las pezuñas de la inflación agarran a todos por igual.
La inseguridad ya no es sólo un problema de desatención gubernamental, sino una tumefacción fuera de medida, convertida en un modo de vida, peligroso, pero asimilado. El delito ha dejado de ser una transgresión y se ha convertido en ingrediente de la incivilizada convivencia venezolana actual. El delito atraviesa la vida ciudadana y es parte de su estructura.
El desempleo es voraz. Sólo disminuye en las estadísticas. Claro que hay empleo ocasional, de baja calidad, adosado a la voluntad oficial (si eres rojo, sobrevives), carente de futuro. El empleo moderno, que depende de la inversión productiva, con salarios decentes y portador de porvenir para el trabajador y su familia se ha diluido bajo la razzia que nivela en el subsótano.
Cada uno de los factores mencionados hace su peculiar ola; cuando se junten se producirá la nueva crisis política. No es inevitable que ocurra, pero tiene alta probabilidad. Y todos se preparan; cada cual como puede.
Ítalo Alliegro. Ahora le ha tocado al general Alliegro, un hombre decente y respetable. Institucional hasta la médula. Se le imputa por la acción de las Fuerzas Armadas en el Caracazo, cuando recibió la misión de restablecer el orden público. Alliegro no permitió la salida de las tropas sin cumplirse todos los pasos establecidos en la Constitución y las leyes. Sin duda, en esos días terribles hubo violaciones a los derechos humanos; pero estos delitos de carácter penal son individuales y no colectivos; y como tales deben ser sancionados. Los que tienen memoria de esos trágicos eventos saben que la población más pobre de Caracas pedía a gritos que acudieran los militares a protegerla. Alliegro emergió como un héroe, no por los soldados que violaron los derechos humanos, sino por los ciudadanos que se sintieron salvados o protegidos por los militares. Sería interesante conocer quiénes, entre los oficiales que hoy gozan del favor oficial, estaban comandando unidades en aquellos días dolorosos. Sólo por saber.
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