domingo, 11 de enero de 2009

¿Crimen perpetuo?


Hay que decir ¡NO! a un hampa que se pretende perpetua.

En diciembre de 2008 se produjeron en la Gran Caracas alrededor de medio millar de muertes violentas, la mayor parte homicidios. Como es normal, todos deseamos el fin de ese desangramiento que se lleva cada día a decenas de venezolanos en la flor de la vida, porque son jóvenes, y jóvenes pobres. En las barriadas populares tales son las víctimas (por desgracia, también los victimarios) de esa guerra civil sin nombre.


Todos deseamos que cese: lo que no todos sabemos es que está en nuestras manos que ese deseo se vuelva realidad. Durante el siglo diecinueve, existía una situación parecida. En los pueblos, cada mañana, la gente se preguntaba “qué cadáver traerían hoy del monte”. Entre los liberales amarillos, los conservadores rojos y los simples salteadores de caminos, siempre habría quien hiciese el trabajo. Durante el siglo veinte, el pueblo venezolano rechazó cualquier intento de regresar a lo que Vallenilla Lanz llamara “nuestras matazones republicanas”.

Falta, delito y crimen El crimen es el estadio más alto de una conducta delincuencial. Algunas legislaciones establecen una gradación en el crimen: aunque se persiga y se condene a ambos, se diferencia el pasional del crapuloso. Este último siempre está en el tope del desprecio público y de la condena penal: se trata de un asesinato cometido para despojar a la víctima de sus pertenencias. Por desgracia, el crimen crapuloso supera en número a todos los otros: ya se ha hecho casi un símbolo de cuán bajo hemos caído en la materia, el asesinato de un muchacho cometido por azotes de barrio con el objetivo único de robarle sus zapatos de marca.

De paso, eso no es nada original venezolano: en su novela Julio Jurenito, el escritor soviético Ylia Ehrenburg describía una curiosa forma de suicidio en el caos de la Revolución de 1917 y la guerra civil: bastaba pasearse por una plaza de Moscú o Petrogrado calzando un par de botas nuevas de cuero.

El autor intelectual Como en todo crimen, primero debe buscarse a sus autores, sean ellos materiales o intelectuales. En el caso venezolano, no es preciso ahondar demasiado; pues es uno solo: el teniente coronel que hoy en día preside eso que él mismo ha querido llamar por antifrase República Bolivariana de Venezuela. Por antifrase porque es el mismo reyezuelo de esa república quien hoy pretende echar al cesto de la basura la primera gran creación del Libertador en Angostura, cuyo cimiento era su advertencia de los peligros de mantener por demasiado tiempo a un mismo hombre en el poder. Advertencia reiterada mucho más tarde, a cuatro años antes de su cita con la muerte. Porque gobierno republicano implicaba para él la alternabilidad; lo opuesto de la monarquía y del despotismo.

Por supuesto que una acusación semejante necesita ser probada; de otra manera no pasaría de ser un insulto punible a la majestad presidencial. Partamos de lo más simple: el criminal es un hombre que se coloca fuera de la ley, la ignora o la irrespeta.

Desde Caín Aunque el crimen sea tan viejo que la tradición judeo-cristiana lo haga arrancar de la muerte de Abel, no es menos cierto que se ha buscado siempre ponerle coto, desde aquel Quinto Mandamiento incluido en las Tablas que Moisés recibió en el Sinaí, hasta un autor que ha sido acusado de ser el teórico del despotismo, Maquiavelo, que sin embargo daba, como receta de buen gobierno, “buenas leyes y buenas armas”. Y los teóricos de la Ilustración, por su parte, sostenían que la función del Estado debía ser la de proveer a la sociedad de leyes, armas y justicia.

Sin embargo, hay un elemento tan importante como aquellos, y es el buen ejemplo. Las mejores leyes de nada sirven si quienes están obligados a hacerlas cumplir se comportan como delincuentes desorejados. En este caso, se debe concluir, como lo escribió alguna vez Augusto Mijares, que al contrario de cuanto se dice (que cada pueblo tiene el gobierno que se merece), son los gobiernos los que tienen los pueblos que se merecen. Así, un gobernante forajido presidirá casi de seguro un pueblo forajido.

Como a una meretriz Si en la cúspide del poder un gobernante se convierte en mandón, convoca constituyentes y plebiscitos con el único objeto de permanecer en un poder vitalicio; si él irrespeta a diario su propia Constitución, llamándola “la Bicha” como a cualquier meretriz aldeana; y sobre todo que pretende estarla cambiando a cada rato para sustituirla por “qué sé yo”. Si con todos sus irrespetos y violaciones esa Constitución no es ni siquiera lo que Luis Villalba Villalba llamaba en sus clases de Derecho Constitucional, “ese librito que se cambia todos los años y se viola todos los días”. Si la única ley es la voluntad del señor Ejecutivo ¿como se puede esperar que se comporte la gente situada en el más bajo escalón de la sociedad?

El hombre que en Palacio se niega a reconocer otra ley que no sea lo que él le dé la perra gana está con eso dando vía libre para que el hampa haga otro tanto. Y no sólo eso. Sino que le da armas e impunidad para que impongan su propia ley so pretexto de estar “armando al pueblo”; en verdad, al hamponato de “La Piedrita”.

Es posible dar un gran paso en el camino de poner fin a eso, planteando la pregunta del próximo referéndum en los siguientes términos: ¿Quieres prolongar hasta la consumación de los siglos este baño de sangre militaro-hamponil? La única respuesta posible, la del más simple instinto de conservación es el más rotundo ¡NO!



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