lunes, 15 de diciembre de 2008

Carta a un loco


Señor Hugo Chávez Frías:
La locura es siempre trágica pero generalmente restringida al entorno íntimo. Son muchas las familias venezolanas que tienen, o han tenido, un loco en su casa. Los vecinos lo saben, pero misericordiosamente actúan como si el loco no existiera. Hay tragedias mayores, como cuando un loco previamente contenido a nivel familiar sale a la calle armado de un rifle y termina con la vida de 20 o 30 inocentes ciudadanos.


La tragedia que nos relaciona a los venezolanos con usted es de una dimensión infinitamente superior. Se trata de que usted no es un loco de familia, ni siquiera un loco de alcance restringido, como ese que sale de repente disparando a diestra y siniestra contra los despavoridos vecinos. No, señor. Usted ha resultado ser un loco de alcance nacional e, inclusive, hemisférico. No es cualquier cosa, señor, ser un loco hemisférico, si recordamos que la categoría de los locos de nivel global apenas cuenta con un puñado de especímenes, a lo Nerón, Hitler y José Stalin, todos de amarga recordación.

Trataré de explicarle la magnitud de nuestra tragedia, a pesar de que es difícil que la entienda. Se trata, señor, de lo siguiente:

Usted fue elegido en 1998 como presidente de todos los venezolanos, aunque desde el primer momento haya pretendido, en su locura, que todo quien disienta de sus peculiares ideas es “traidor, pitiyanki, escuálido o apátrida”, para mencionar algunos de los epítetos humillantes que usted utiliza para referirse a los millones de venezolanos que no piensan como usted. Usted decidió gobernar solo para quienes, en su peculiar definición, han sido las víctimas de los “blancos, ricos, oligarcas y frijolitos”. De allí que nuestra sociedad, que no era racista, que no era acomplejada, que no era resentida, ha sido convertida por usted en un campo de batalla entre los “buenos, revolucionarios” y “los malos, oligarcas”. Solo un ignorante loco como usted puede pensar que se puede gobernar exitosamente un país partiéndolo en dos rolos, convirtiendo a una mitad en enemiga de la otra mitad. La siembra de odios es un crimen propio de monstruos morales o desequilibrados mentales y debería haberlo descalificado hace tiempo para ejercer la presidencia, si tuviésemos contrapesos institucionales, pero no los tenemos.

Su segundo crimen es el de haber promovido el adoctrinamiento político de los niños venezolanos. No puede estar en sus cabales quien promueva la aparición en televisión de niños venezolanos recitando poemas adulatorios para el Ché Guevara, Fidel Castro o su muy modesta persona. Una persona normal posee un nivel de decoro y de pudor que rechaza instintivamente este grosero tipo de culto. Esos niños, robotizados, no saben de quien están hablando ni se dan cuenta de estar siendo utilizados. No se siente usted, acaso, como el más detestable de los reptiles al promover ese proceso de destrucción espiritual entre nuestros niños? Usted les está robando a nuestros niños su derecho sagrado a ser niños, el derecho que tienen de una niñez libre de las miserias de la adulación y del sectarismo.

El tercer crimen que usted ha cometido en su locura tiene que ver con los pródigos regalos que ha hecho de nuestro patrimonio a sus compinches ideológicos, a sus amigos de circunstancia, aquellos a quienes usted ha deseado impresionar con el poder petrolero, un poder que no es suyo sino de la nación. Usted ha dado no menos de treinta mil millones de dólares a esos amigos, dineros que jamás veremos de nuevo. Sus mismos seguidores hubieran apreciado su uso para mejorar sus posibilidades de salir de la ignorancia.

Su cuarto crimen ha sido la política de limosnas representada por las llamadas misiones. El concepto de las misiones no era malo, señor, pero no podía constituir la única política social en un país que desea salir adelante. Cuando todo lo que ofrece es la limosna, lo que usted logra es profundizar la dependencia del pobre en el estado paternalista, en el “taita” que le da al hijo lo que necesita, siempre y cuando el hijo haga lo que el “taita” le ordene. Como decían los chinos: no reparta peces todos los días, enseñe a pescar. Usted no tiene la menor idea de como empoderar a los pobres. Hoy en día hay más desigualdad social que cuando usted llegó al poder, como lo ha documentado el economista venezolano Francisco Rodríguez en serios trabajos de investigación que desmontan las mentiras oficiales. Usted esconde sus fracasos detrás de un velo espeso de mentiras.

Su quinto crimen ha sido prostituir las instituciones básicas del país: los poderes legislativo, judicial, electoral y el poder moral. Ha sobornado usted a sus funcionarios con el dinero petrolero para ponerlos a su servicio, destruyendo el sistema de contrapesos institucionales sin los cuáles una democracia no puede ser legítima, no importa cuantas elecciones lleve a cabo. Sin el substrato institucional ya no hay donde acudir, ha desaparecido la base esencial de confianza sin la cuál las transacciones sociales civilizadas se hacen imposibles. Usted ha sumergido al país en un pantano de incertidumbres, abusos y recelos en donde todos nos estamos envenenando por igual, usted y nosotros. Esa no era su misión, esa no era su responsabilidad fundamental como presidente de todos los venezolanos.

Su sexto crimen ha sido pensar, en su desequilibrio, que usted es indispensable para la vida de nuestro país. Qué pachotada es esa, de que usted ya no es Chávez sino “el pueblo”? Su verdadero empeño es ser Fidel y por ello ha tratado de convertirnos en una nueva Cuba. Fracasó. Ha tratado de convertirse en un líder continental para guiar a los pueblos “morenos” de América en contra del imperio malvado, los Estados Unidos. En esto también ha fracasado, puesto que el imperio malvado ahora tiene un líder que es más representativo que usted de los pueblos “morenos” y quien, además, habla el lenguaje de la conciliación y no el lenguaje del odio. En su locura usted no ha podido comprender que no hay nadie indispensable, que no es cierto lo que usted dice en sus cursilísimas arengas: “Solo Chávez puede gobernar este país”, o, “Vénganse conmigo quienes quieran la felisidad (sic)”. Su ortografía es solo comparable al estado ruinoso de nuestra nación.

Su séptimo crimen ha sido tratar, una y otra vez, de convertirse en presidente o dictador vitalicio en nuestro país. Sepa que Einstein definía la locura como la “incesante repetición del mismo proceso esperando obtener resultados diferentes”. El resultado de su pretensión siempre será el mismo, señor. Usted ha llegado a pensar que postularse a la presidencia vitalicia, una y otra vez, no tiene costo alguno para usted. No se da cuenta del inmenso precio material y espiritual que paga nuestra nación por su locura?

Usted perdió el primer referéndum y, si nos impone el segundo, usted se va. Usted tendrá que irse adonde acepten locos. Si no se va, lo vamos, porque no hay pueblo que pueda ser tan manso, tan paciente, como para soportar la humillación crónica.

Solo a un loco como usted se le puede ocurrir que una modificación estructural del contrato social entre los venezolanos solo requiere un pequeño cambio de tres o cuatro palabras en la constitución y su aprobación por una mayoría simple. Esa modificación no podría ser legítima sin el concurso de una abrumadora mayoría de los venezolanos. Esa abrumadora mayoría, señor, no está con usted.


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