Así, sin ton ni son, el presidente Hugo Chávez acaba de menospreciar totalmente a la Alcaldía Metropolitana como institución de la República. Según el Jefe del Estado, ese organismo no ha servido ni sirve para nada, por lo cual lo considera un verdadero cascarón. “Quédense con su parapeto”, ha dicho con despecho ante el sonoro triunfo de la oposición en la capital.
Pero aunque sus expresiones tienen como blanco principal al alcalde Antonio Ledezma y a quienes le dieron el voto a éste, también agreden por mampuesto a varios de los suyos.
El Presidente atropella con sus palabras a la Constitución Nacional de 1999, o sea “su” Constitución, que es la que ordena crear el Distrito Metropolitano de Caracas, lo mismo que a la ley especial que le dio formal nacimiento a la Alcaldía Metropolitana. Ambos instrumentos fueron sancionados por “sus” diputados a la Asamblea Constituyente.
Del mismo tiro, el líder supremo desaprueba la gestión de gobierno de quienes han sido “sus” alcaldes metropolitanos, Alfredo Peña y Juan Barreto, de las cuales él mismo es corresponsable, a la vez que irrespeta a “su” derrotado candidato Aristóbulo Istúriz, a quien sin escrúpulos reduce a la condición de aspirante frustrado a un parapeto. ¿Se habrá fumado otra lumpia?
Caracas necesita con urgencia una instancia de coordinación que articule las políticas entre sus distintos municipios y promueva acciones y obras de gobierno orientadas a resolver problemas de alcance regional y local. Para eso fue creada la Alcaldía Metropolitana, si ésta no ha cumplido su labor ha sido precisamente por las interferencias del poder nacional y el sectarismo de quienes han sido sus autoridades.
Notorio ha sido el especial empeño del Presidente en desnaturalizar y colocar a su servicio las gobernaciones y las alcaldías, en vez de dejarlas al servicio de las comunidades y de los ciudadanos.
Es irritante ver cómo ahora, una vez perdida la Alcaldía Metropollitana, el chavismo la despoja impunemente de algunos de los escasos brazos e instrumentos de gestión que le quedaban, al igual que lo hacen con otras alcaldías y gobernaciones conquistadas por líderes de la oposición.
Chávez y sus lugartenientes apuestan al fracaso institucional, aún cuando eso lesione el interés de la ciudad y de sus gentes.
La actitud del Presidente de la República y de algunos alcaldes y gobernadores chavistas salientes habla muy mal de su condición democrática y de su respeto por la institucionalidad.
En vez de entregar formalmente los cargos, en un civilizado traspaso de poderes como el que mandan la ley y la decencia ciudadana, se han limitado a abandonar física e irresponsablemente los palacios de gobierno como si se tratara de plazas de guerra perdidas. Quién sabe qué se habrán llevado en tan sospechosa huída.
Por eso me causa gracia –o más bien repugnancia- escuchar a algunos dirigentes chavistas reclamarle a la oposición respeto por la institucionalidad. Estos ex alcaldes y ex gobernadores exhiben tras sus derrotas, o la de sus candidatos, una vergonzosa pequeñez democrática y humana.
Yo, que no voté nunca por Rafael Caldera (como sí lo hicieron mis ex camaradas del Partido Comunista y muchos otros militantes revolucionarios que después adoptaron el apellido Chávez), no puedo sino reconocer la grandeza personal y política que exhibió el ex presidente al entregarle formalmente el mando a su sucesor, justamente el hoy presidente Hugo Chávez Frías, quien venía de encabezar e inspirar en 1992 cruentos golpes de estado contra la Constitución, las leyes y las instituciones de la República, con muchos muertos y heridos incluidos.
El parapeto metropolitano
Mario Villegas
El Mundo
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