domingo, 21 de diciembre de 2008

La reinvención de la agonía y muerte de Bolívar


“A las 12 empezó el ronquido y a la una expiró el Excelentísimo señor Libertador”. El 17 de diciembre de 1830, el doctor Próspero Révérend cerró el diario en el que recogía la agonía de Simón Bolívar en una quinta de Santa Marta, en el Caribe colombiano. Hasta allí había llegado 11 días antes el héroe de la independencia americana. Despojado del poder, escoltado por un puñado de fieles, quería refugiarse en Europa. Pero cuando lo desembarcaron en Santa Marta era “una criatura de pavor, apenas con un soplo de vida”, en palabras de Joaquín de Mier, su anfitrión. Tosía y escupía sangre. Deliraba. Murió, anotó el médico, de una tuberculosis.


Así reza la historia. O rezaba, hasta que Hugo Chávez expresó hace un año sus sospechas de que Bolívar había sido asesinado por unos enemigos que, según algunos suspicaces, coinciden con los suyos propios: una trama en la que se enredan las oligarquías, Estados Unidos, Colombia e incluso España. Una comisión creada por el presidente de Venezuela investiga la muerte del Libertador, de la que el jueves se cumplieron 178 años. Entre los planes no se descarta exhumar el cadáver, depositado desde 1876 en el Panteón Nacional de Caracas.

“No hay posibilidad, desde el punto de vista científico, de sustentar la hipótesis del crimen”, sostiene el historiador venezolano Elías Pino, autoridad en los estudios bolivarianos. El azaroso historial clínico del Libertador ha quedado registrado en numerosos documentos, empezando por la autopsia practicada por Próspero Révérend. El médico francés describe un “endurecimiento” de los pulmones, con “un manantial abierto de color de las heces del vino, jaspeado de algunos tubérculos”. En el izquierdo halla una “concreción calcárea angulosa del tamaño de una avellana”.

Según estudios actuales, ese nódulo calcificado, conservado en el Museo Bolivariano de Caracas, indicaría que Bolívar contrajo en su infancia la tuberculosis que mató a sus padres, que se reactivó después en varios episodios documentados. Dos años antes de la muerte, su decadencia física es evidente. Para entonces tiene 45 años, ha acabado con el dominio español en las actuales Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Bolivia y Perú, ha impuesto una dictadura y hace frente a rebeliones internas que le pondrían rumbo al exilio.

“La causa de la muerte de Bolívar es una tuberculosis pulmonar [tisis] con compromiso del sistema nervioso central”, indican los neurólogos colombianos Ignacio Vergara y Gabriel Toro, autores de un estudio de la historia médica de Bolívar. A la misma conclusión llegó, en 1963, una comisión de expertos de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina y de la Academia de Historia.

“Falacias”, sostiene Jorge Mier. Y esgrime “más de 2.000 documentos” que le entregó un pariente suyo, tataranieto de don Joaquín, el anfitrión de Bolívar en su última morada. El Libertador, dice Mier, fue traicionado por sus colaboradores, y él mismo dejó las pistas de su asesinato. ¿Dónde? En una carta (apócrifa) a una amante de su juventud en Francia, en la que usó “claves masónicas ocultas” para señalar a sus asesinos. Mier pudo descifrarlas gracias a “un código de signos secretos” que tenía don Joaquín de Mier. En la conspiración están implicados el presidente de EE UU, Andrew Jackson, el rey de España, Fernando VII, y la corte de Inglaterra.

Estados Unidos es también el eje de la conjura criminal que describe Luis Salazar, otro partidario de la teoría de la conspiración. Bolívar, dice, fue envenenado con arsénico “por sus aspiraciones de un gobierno continental socialista de gigantescas proyecciones”. El caudillo sería el protomártir de la lucha contra el capitalismo.

En su programa Aló, presidente, Chávez ha esgrimido varias veces La carta que cambiará la historia, el libro de Jorge Mier, al que ha nombrado asesor de la comisión de investigación, integrada por varios ministros y el fiscal general. “Acabamos de entregar siete muestras de cabellos de Simón Bolívar, guardadas por allegados y coleccionistas, para dar con su ADN”, explica Mier. Eso permitirá cotejarlo con el del cadáver que yace en el Panteón Nacional, y que, según el escritor, no es el de Bolívar. ¿Y dónde está el cuerpo? “No se lo puedo decir porque es el tema de mi próximo libro”.

Escandalizados, los historiadores se niegan a polemizar “con aventureros estrafalarios”. En cualquier caso, ¿por qué no aprovechar los avances científicos para exhumar el cadáver y estudiarlo? “Porque no hay una sola duda razonable que justifique esa operación”, dice Inés Quintero, secretaria de la Academia Nacional de Historia. “Chávez pretende usar la figura de Bolívar para sembrar la discordia con los vecinos”, añade, en referencia a las complicadas relaciones con el Gobierno colombiano. “Si tienes intención de abrir un debate serio, creas una comisión histórico-científica binacional, y no montas una pesquisa judicial en busca de un culpable. ¿Qué van a investigar? ¡Si no resuelven ni los crímenes actuales!”.

Chávez, dicen sus detractores, pretende reescribir la historia venezolana para adecuarla a su proyecto político. “Nuestro objetivo es democratizar la memoria colectiva nacional”, responde Pedro Calzadilla, director del recién creado Centro Nacional de Historia. “Queremos privilegiar la perspectiva de los excluidos, negros, indios, mujeres, pobres”, frente a la historiografía tradicional, “hecha a imagen y semejanza de los sectores poderosos”.

Calzadilla rechaza que el Gobierno pretenda imponer una lectura concreta. Pero la mayoría de los miembros de la centenaria Academia de Historia miran con preocupación el proceso de reinvención de Bolívar, que difumina sus orígenes criollos y caricaturiza su complejidad. Elías Pino describe al Libertador como “un aristócrata en tránsito hacia el Estado moderno, un paradigma del despotismo ilustrado, temeroso de la pardocracia [el poder de los mulatos, indios y negros] y admirador del mundo anglosajón”. Pino combate el culto a Bolívar impulsado por los gobernantes venezolanos, y que el actual presidente ha llevado a cotas inusitadas. “Chávez”, se lamenta Inés Quintero, “quiere convertir a un hombre del XIX en el ideólogo del socialismo del siglo XXI. Por ello necesita reescribir su origen, y cerrar el círculo con la reescritura de su muerte”.

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